En un pequeño pueblo rodeado de montañas, cada año, durante la noche del 2 de noviembre, los habitantes observaban un extraño fenómeno en el lago cercano. Una suave luz azulada emergía desde el fondo, iluminando la superficie como si un sol subacuático despertara en la penumbra.
Los ancianos del pueblo decían que era la “Luz de los Muertos”, un regalo de las almas que no encontraron descanso. Según la leyenda, estas almas se reunían bajo el lago, buscando la forma de comunicarse con los vivos. Aquellos que eran lo suficientemente valientes como para acercarse en esa noche especial podían escuchar susurros que revelaban secretos, consejos o advertencias.
Cuenta la historia que hace muchos años, un joven llamado Emiliano decidió descender al lago para descubrir el origen de la luz. Armado con una lámpara y un talismán bendecido por el chamán del pueblo, se sumergió en las heladas aguas.
Al llegar al fondo, encontró un círculo de piedras donde brillaba una esfera de cristal azul. Al tocarla, escuchó las voces de cientos de almas, cada una contando su historia. Entre ellas, una voz suave y familiar le habló: era su madre, quien había muerto cuando él era niño. Ella le advirtió de un inminente desastre natural que destruiría el pueblo si no actuaban rápidamente.
Emiliano subió a la superficie y, con la ayuda de los habitantes, construyeron diques y refuerzos para proteger el pueblo. Una semana después, una tormenta devastadora arrasó la región, pero el pueblo quedó intacto gracias a las advertencias de la Luz de los Muertos.
Desde entonces, cada año, los habitantes rinden tributo a las almas del lago, dejando flores y velas en sus orillas, agradeciendo su protección. Sin embargo, nadie ha vuelto a descender, pues temen que no todos los secretos de la luz sean tan benevolentes como lo fue aquel.
