En el corazón de un olvidado valle, el Domingo de Ramos se celebraba con ritos que mezclaban fervor y un temor ancestral. Según la leyenda, en tiempos inmemoriales, un poderoso cetro –adornado con hojas de palma oscuras y símbolos arcanos– fue entregado a la comunidad por un enigmático forastero. Nadie conocía su origen, solo se murmuraba que portaba la marca de un demonio caído.
El Legado Oculto
El cetro, llamado “El Cetro del Averno”, era custodiado en la iglesia mayor. Los ancianos decían que quien lo tocara sin la debida preparación invocaría la furia de Azazel, el ángel caído, quien se transformaba en un ser de sombras y fuego. En una fría mañana de Domingo de Ramos, el joven y ambicioso artesano Mateo, deseoso de impresionar a su pueblo, decidió recuperar el cetro de las bóvedas de la iglesia. Creyó que descubriendo y dominando sus secretos, lograría elevar su estatus y romper las barreras de lo mortal.
El Ritual Prohibido
Al caer la tarde, mientras el murmullo de oraciones se mezclaba con el eco de las campanas, Mateo inició un ritual oculto. Con manos temblorosas y el corazón acelerado, recitó antiguos cánticos que había hallado en unos pergaminos olvidados. En ese instante, la atmósfera se volvió opresiva; la luz menguó y una extraña niebla se deslizó por las calles empedradas del pueblo. Los pocos que se atrevieron a observar desde lejos sintieron el pesado aliento del destino acercándose.
El Despertar del Demonio
Al tocar el cetro, Mateo sintió un dolor insoportable recorriendo su cuerpo. De pronto, una sombra terrible emergió del objeto: un demonio de ojos ardientes y voz cavernosa, cuyos ecos parecían reinar sobre el silencio de la noche. Azazel, liberado de siglos de encierro, maldijo al joven y a la comunidad por haber perturbado su reposo. Las hojas del cetro, previamente negras y opacas, comenzaron a brillar con un fulgor rojo siniestro, extendiendo su maldición a cada palma tejida en ese Domingo de Ramos.
Los habitantes, enfrentados a fenómenos inexplicables, vieron cómo la vida de algunos se desvanecía en un abrir y cerrar de ojos, mientras otros eran testigos de apariciones inquietantes en rincones oscuros. La furia del demonio se manifestó en ríos que se tornaron en sangre, noches perpetuas y un terror que impregnaba cada rincón del pueblo.
El Último Adiós y el Eco de la Maldición
Con el paso de los días, Mateo se convirtió en un paria, perseguido por visiones de Azazel que lo atormentaban en sueños. Desesperado por redimirse, intentó devolver el cetro a un santuario oculto en las montañas. Sin embargo, al llegar a la cueva sagrada, fue confrontado por una legión de sombras encarnadas: las almas condenadas de antiguos fieles, cuyos gritos le pedían reparación por la profanación del objeto maldito.
El eco de aquella noche quedó sellado en la memoria del valle. Aunque el cetro fue finalmente encerrado en una cripta sellada por rituales olvidados, la maldición persistió. Se dice que cada Domingo de Ramos, en un preciso instante, se escucha el susurro de Azazel entre el viento, y aquellos que se atreven a trabajar las palmas sienten por un breve momento el aliento gélido del demonio.